Mi boca se llena de saliva, siento que es tanta que necesito tomar un gran trago para evitar que se salga.
Se abre mi garganta y mi manzana de Adán se mueve de arriba hacia abajo, permitiendo el flujo.
En mis pensamientos pasaba el temor de que todos me estuvieran viendo tragar saliva.
Una vez, otra vez.
Estoy en posición paralela.
Mis rodillas se flexionan muy lento.
Mi mano izquierda toca por arriba mi omoplato izquierdo con el codo viendo hacia arriba.
Una posición incómoda para mi cuerpo un tanto tenso.
Mi mano derecha, relajada, tocando la tela blanca que cubría mi cuerpo.
Mi antebrazo activa sus músculos y hace pronación. Suave, lleva la palma viendo hacia al frente.
Al mismo tiempo, mi hombro y todos los músculos alrededor se encienden solo lo suficiente para llevar todo el brazo hacia arriba pasando por la lateral muy, muy lentamente.
Todo mi cuerpo como uno solo.
Cada músculo y hueso interpretando su misión.
Al mismo tiempo.
Aquí.
Ahora.
El tiempo se siente eterno.
Mi corazón palpita veloz, siento como manda energía por los ríos de sangre.
Por fuera, en la piel, siento el sudor que sale por los poros.
Específicamente una gota grande desde donde empieza el cuero cabelludo a la mitad de la frente.
Se resbala por mi frente, se atora en los vellos de mi ceja y cambia de rumbo justo hacia la cavidad de la parte interna del ojo.
Me toma por sorpresa.
El tiempo se siente eterno.
Arde un poco, quisiera cerrar el ojo y tallarme hasta quitar la molestia.
Esto solo lo hace más emocionante.
Sigo moviéndome lento acercándome hacia el piso, mis talones ya no tocan el piso, solo mis metatarsos.
Mi brazo derecho ya está más arriba que antes, con el codo extendido y mi mano apuntando a la diagonal arriba lateral derecha.
Me quiero reír.
Me quiero reír por la incomodidad del sudor en el ojo, pienso que debe ser la mezcla del sudor con el maquillaje.
Siento que me miran cuando pienso todo esto.
Los pensamientos van y vienen, como olas.
Olas.
Me emociono.
Me siento libre.
Mi respiración se agita porque trato de mantener el equilibrio, el movimiento de mi cuerpo como uno solo, lento.
No quiero caer.
Me acerco al piso.
Salivo más de lo normal, imagino que todos me ven tragar.
Como si fuera lo más importante.
Mis ojos notan de manera periférica el espacio.
El espacio.
A lado luces, enfrente arriba luces, alrededor de mi cuerpo mis compañeros con los que comparto este momento, caen, uno a uno.
El tiempo se siente eterno.
Mi corazón se acelera, al parecer el tiempo de soltar se acerca.
Voy aún más cerca del piso.
Me agito.
Sudo.
Quiero reír.
Quiero gritar.
Quiero sonreír.
Me siento libre.
Observo frente a mí una silueta de una persona con cabello corto.
¿Será mi amiga?
No importa.
Aguanto.
Me emociono.
Aquí.
Ahora.
Faltan unos segundos.
Todavía no caigas, me digo.
Respiro.
Mis piernas tiemblan, mis tobillos se desestabilizan.
Mis piernas se activan, se contraen.
Más abajo.
Ya casi.
El tiempo se siente eterno.
Una última inhalación profunda.
Y en un instante.
Suelto.
Dejo ir.
Caen mis codos hacia abajo y atrás.
Mi pecho se abre al cielo.
Me siento libre.
Mis hombros permiten la apertura.
Mis ojos miran al cielo...
Suelto los músculos que sostienen las rodillas.
Parece un acto de rendición.
Suelto.
Lo disfruto.
La suspensión dura máximo dos segundos.
Caigo al piso.
Me siento libre.
Aquí y ahora.
Comparto esta experiencia que ha sido de gran significado para mi. Simple y sencillamente porque me sentí libre y con una consciencia plena inexplicable. Sentía mi cuerpo de tal manera que aceptaba cada acción, pensamiento y emoción que surgiera en cada instante, sin juicio, sin análisis, sin miedo, sin expectativa.
Y ahora que lo escribo pienso que quizás eso hace el arte. Nos dice que aterricemos, contemplemos, que aceptemos y nos rindamos, que escuchemos, soñemos, imaginemos pero sobre todo que estemos aquí y ahora.
Al menos es una de las cosas más profundas que la danza me ha enseñado. Que mi cuerpo es mi maestro y estando en el presente, en este mismísimo instante, hay millones de posibilidades, siempre cambiantes, siempre efímeras. Decido tomar un camino y lo recorro, tomo un pincel y lo pinto, tomo un sonido y le doy una ruta, lo repito, ¿cómo me hace sentir? Lo dejo ir. Lo tomo de nuevo. Aquí, y se ha ido. Hay veces que el arte nos hace reflexionar, concientizar, analizar; y también hay veces que no, hay veces que cuenta historias y hay veces que no, pero siempre, siempre es este instante, este momento presente. ¿Qué no es eso lo más importante?
Aquí y ahora.
Daniel Martínez
24 años
Creador y artista escénico
Monterrey, NL.
Fotografía: Jesús Jimenez
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